Luego escribo un par de líneas sobre la incógnita que produce en mí el que alguien quiera montar en estos precisos momentos de incertidumbre político-económica (en plan emprendimiento) una tienda de alcachofas.
Si alguien desconoce o no se acuerda de una tal Rosa Parks, le comunico que fue una cabezota negra que se negó a levantarse de su sitio para cederle el asiento a un hombre de raza blanca cuando tenía la posibilidad de irse con el resto de personas de raza negra ubicadas al fondo del autobús en el que viajaba. En este caso, no era “al fondo a la izquierda” sino “al fondo, hacinados y de pie para que los blancos viajemos más cómodos”.
Esto sucedió hace una pila de años en EEUU donde se armó la marimorena contra el acto de racismo que se había perpetrado contra la protagonista de este cuento verdadero. Eran los años 60 y el supremacismo blanco imperaba en muchos estados. De este modo tuvieron que intervenir diversos actores (políticos, mediáticos, jurídicos y de orden público) para garantizar la libertad de desplazamiento a las personas sin que entrara en consideración su raza.
¿Por qué les cuento yo esto ahora? Fácil respuesta: porque no iba en silla de ruedas. Según me contó otro cojo, si una persona negra ve sus derechos pisoteados, lo habitual es que la ola de simpatía que despierta resulta suficiente como para que el hecho sea debidamente corregido. En cambio, continuaba este hombre, si esa persona negra va en silla de ruedas y también ve sus derechos pisoteados, lo habitual es que reciba insultos, indiferencia e incomprensión. Sucede que la silla de ruedas (y esto lo he dicho alguna vez) te suele convertir en una persona invisible de modo que cualquier problema que te surja relacionado con la segregación, por deambular en este medio no se percibe con apenas fuerza porque la sociedad pone suficientes medios como para estarle agradecidos.
Dicho lo anterior, viajemos en el espacio y en el tiempo desde la Alabama de los años 60 a la Málaga de la segunda década de siglo XXI. En concreto este viaje nos debe llevar al vestuario de la piscina del centro acuático de Málaga. Tras varias discusiones este hombre aparentemente invisible logró que, para el bien común, se adaptaran (relativamente) dos duchas para el uso preferente de las personas que, debido a nuestra movilidad reducida, necesitamos este recurso de apoyo. Así podemos compartir vestuario con el resto de la clientela de este centro municipal que gestiona una empresa desde su inauguración en 2008.
Resulta que la última (hasta ahora) ocurrencia de la gerencia de este centro ha consistido en colocar el soporte de la ducha adaptada a la altura de la nuca de un cliente que use la banqueta para ducharse, con el riesgo evidente de romperse la cabeza si se descuida un poco y mueve su órgano pensante hacia atrás. El cambio ha sido totalmente arbitrario según cuentan, y se debe a la imposibilidad de una persona de agarrarse a los asideros que ya estaban colocados a la altura pertinente.
Lo que realmente quema es que algo tan elemental sea digno siquiera de un minuto del tiempo de una persona. Lamentablemente, el entuerto de esta minucia no ha durado un minuto, sino un mes y quién sabe si todavía falta algún capítulo por escribir en este indecente largometraje. Lo cierto es que ducharse y vestirse en el vestuario de caballeros ha sido calificado como un acto de “cabezonería” existiendo un vestuario y ducha especial para “minusválidos”, que el personal de mantenimiento obedece a quien tiene que obedecer (lógico), que ha habido que reunirse con el gerente de las instalaciones para modificar la ducha de la que vengo hablando para que sea medianamente practicable.
Volviendo a viajar en el tiempo y el espacio a visitar a la ciudadana estadounidense discriminada por su raza, habrá que decir que la cabezonería individual de vez en cuando produce un pequeño e insulso cambio (el suyo fue bastante grande y sabroso). Yendo ahora al asunto de la tienda de alcachofas, sospecho que ese es el móvil por el que la ducha relativamente accesible carece con frecuencia de alcachofa. Visto al resultado actual se supone que las alcachofas van a parar a la presunta tienda de un presunto emprendedor.