Los de siempre, los que nunca

Había y hay una cofradía de Semana Santa en Málaga que se llamaba y se sigue llamando Real Cofradía de Nuestro Padre Jesús a su Entrada en Jerusalén y María Santísima del Amparo, más conocida como la Pollinica. No representa otra cosa que a Jesús montado en una burra aclamado por la gente (Jesús, no la burra) al entrar en la ciudad. También es la primera procesión de Semana Santa en Málaga, es el domingo de ramos por la mañana, va llena de niños, también dicen de ella que es la cantera de los futuros cofrades y se vive con mucha ilusión por ser la primera que abre los desfiles procesionales en la ciudad.

 Antes y conantes,  se montaban los tronos (pasos) en tinglaos en la calle (un tinglao solía ser amarillo y servía para proteger los tronos de las inclemencias del tiempo pero también a la gente de los posibles escombros que podían caerle. Se montaban en la calle porque el tamaño de los tronos impedía que se hiciera en el interior de las iglesias), con lo que estaban sujetos a miradas indiscretas y advertencias múltiples y variadas de viandantes más o menos versados en la materia y diplomáticos.

En este caso, la mayoría de los comentarios criticaban de algún modo las carencias o excesos de la procesión que iba a abrir la semana mayor de Málaga. Solían decir “pero es que le falta…” “pero es que le sobra…” “pero es que no tiene…” “pero yo le pondría…” “pero yo lo modificaría…” y así todo tipo y color de “peros”. Para quien no lo sepa, en estas latitudes se llama un pero a una manzana porque una pera es una pera, así que también se podría denominar a esta hermandad como la cofradía de los peros.

Digo todo esto por pura política: es decir, cuando alguien proclama que “yo no soy X, pero…” es para echarse a temblar o a correr según el caso y las circunstancias. El asunto de la política viene a cuento porque cuando Pedro Sánchez finalmente fue investido presidente del gobierno, se tomó unos días de asueto para ponerse después con su lista de nombramientos de ministros y sus ayudantes. Como lo valiente no quita lo cortés, una periodista de aquí de Málaga se alegraba, y así lo manifestaba en una red social, de que la nueva directora de la guardia civil fuera la malagueña María Gámez, del partido de Pedro Sánchez, lógicamente.

La periodista felicitaba a la socialista, pero llegó un alguien que, amparado en la red social en la que la periodista se suele explayar, dijo: “no es por machismo, pero no me pega nada una mujer al frente de la guardia civil, me parece antinatural. Me cae súper bien María Gámez, digna representante del PSOE de verdad (los que estudian y trabajan), pero merece otro devenir entre la jungla de Conejos y Heredias”.  Estos deben de ser otros políticos malagueños, tampoco estoy muy puesto.

Repito la jugada a fuerza de ser acusado de tostón: el comentarista del comentario dice lo siguiente: No soy machista, pero me parece antinatural que una mujer ocupe tal puesto. ¿Es como para echarse a temblar o no? Tras leer la sentenciosa sentencia, solo me queda recordar que seguimos viviendo en un mundo plagado de opresores y oprimidos puede que por maldad, por ignorancia, por anacronismos o por otra razón que yo desconozco. En cuanto a este asunto concreto,hay que recordar que algunas voces se alzaron escandalizadas cuando un civil pasó a ser la cabeza de un cuerpo militar.  En este caso no se puede hablar ni de corporativismo porque aproximadamente un 10% de guardias civiles son mujeres. De hecho, seguimos hablando de una minoría cuando nos referimos a las mujeres, aún sabiendo que son más de la mitad  de la población. Oprimidas están, una minoría no son.

Parece que todavía hay quien no se da cuenta de que vive en un mundo lleno de diversidad de todo tipo y no de homogeneidad, que por mucho que se quiera no se puede imponer. Hasta tal punto hay quienes se niegan a admitir la existencia de la diversidad humana que incluso hay mujeres que oprimen a otras mujeres, igual que hay españoles que oprimen y desdeñan a otros españoles, inmigrantes que discriminan a otros inmigrantes, cojos que se burlan de otros cojos, y así hasta el infinito y más allá. La cuestión esta del ninguneo y el maltrato entre iguales  es cosa antigua, de toda la vida como quien dice.  

Teniendo en cuenta que lo precedente habla del nivel de interiorización de una supuesta superioridad de semejantes hacia semejantes, no hay que olvidar que estos sucesos son aislados en comparación  a la mayor parte de la discriminación y opresión que padecemos los grupos minoritarios. Quienes más nos alejamos de un supuesto patrón de normalidad, habitualmente somos despreciados por quienes más se acercan a ese patrón ilusorio.

Cabe recordar, no obstante, que estas situaciones no han sido siempre inaceptables, pero ahora, en pleno siglo XXI, las son. No me refiero con esto a que piense que este siglo brille de una manera especial y superior a los anteriores, sino a que se supone que nuestra civilización ya va siendo madurita, aparte de que es el siglo en el que me ha tocado vivir mi vida como adulto.

Un aspecto que es menester dejar claro es que nuestra historia está repleta de grupos esclavizados o desdeñados de algún modo que han salido de su estado “natural” sumando, siempre sumando y enriqueciendo a la mayoría que previamente les había tenido en menos. En este punto y quizás porque hoy mayormente me toca hablar de la mujer como grupo oprimido históricamente, hay que recordar que en 1920 accedió al voto en Europa por primera vez. Hasta ese momento resultaba “antinatural” que la mujer participara en los procesos electorales de su día.

En otro orden de cosas, ¿acaso no es antinatural que a la mayoría de niños se le apliquen una serie de vacunas? ¿No es igualmente antinatural haber llegado a la luna, o que un ser humano se desplace miles de kilómetros en pocas horas? ¿No es antinatural tener todo tipo de electrodomésticos en la propia casa? ¿No son antinaturales los avances médicos, tecnológicos y sociales que hemos experimentado en los últimos tiempos? Las interrogantes y las preguntas se podrían formular sin límites, pero creo que si vemos toda innovación como algo antinatural estamos perdidos.

Dicha toda esta sarta de inconveniencias, no puedo por menos que poner especial acento en el grupo discriminado por nuestro funcionamiento y aspecto. En ocasiones llamados monstruos, indignos para nacer, indeseables para convivir, privilegiados para morir, incapaces de decidir por sí mismos, subnormales, y todos los insultos y vilipendios que se les ocurran. Hablo sin duda de los de siempre, de los que nunca: como se dice ahora, ahí lo dejo.