Los nuevos analfabetos digitales

Hay que ser un poco lerdo para no darse cuenta de que con los avances técnicos propios de las tecnologías de la comunicación y el conocimiento los expertos están contribuyendo a aumentar una clase social de analfabetos digitales. Bueno, en realidad no hay que haber estudiado un máster del universo para percatarse de ello. Y es que la brecha digital aumenta las distancias sociales entre las personas normales y nosotros los anormales.

Al mismo tiempo que invenciones como internet y las redes sociales han servido para extender los horizontes de ciertas personas, esas mismas herramientas y otras están repletas de trampas para que, cayendo en ellas, otros individuos veamos mermadas o imposibilitadas nuestras posibilidades de disfrute y desarrollo personal. Así, no es de extrañar que muchos nos sintamos como aquella canción editada por el grupo el Último de la Fila: como burros amarrados a la puerta del baile.

Sin ir muy lejos, un elemento propio de internet es el llamado “captcha”, que son las siglas en inglés de algo, pero también es la escritura popular en ese idioma que significa “te pillé”. Esto de “te pillé” da una ligera muestra de que las personas ciegas se deben sentir perseguidas (soy consciente de que esta palabra puede parecer exagerada, pero es que es una zancadilla detrás de la otra) al utilizar determinados sitios de la red de redes. Este sistema para pillar a los ciudadanos no estándar les impide en parte la inclusión y participación en las páginas que lo contienen. A pesar de que hay una alternativa sonora, solamente dificulta el acceso a las personas ciegas y a las de baja visibilidad a dichos lugares. Lo que debería ser todo facilidades, se convierte en ocasiones en una auténtica pesadilla.

Hay que reconocer que todo tiene sus pros y sus contras. Yo lo he echado a cruz y cruz, y me sale que sólo debo señalar e indicar algunos aspectos negativos de, por ejemplo, los libros digitales, algunas redes sociales y los teléfonos móviles de última generación. Existen personas que rechazan los libros digitales porque se pierde ese olor tan particular del papel, esto me parece una soberana tontería, sobre todo si consideramos que estos dispositivos son inaccesibles para las personas ciegas, con dificultades en la percepción, o para aquellas incapaces (o debería decir “discapaces”) de mover sus extremidades superiores y mantener alzado un dispositivo de cualquier peso y color. Sin duda estas consideraciones priman sobre el olor característico que desprende el papel. Respecto a las redes sociales como las populares Facebook y Twitter, tengo una compañera, de la me fío bastante, que dice que una red deja de ser social cuando no puede ser utilizada por todos en la sociedad. Yo no tengo más que añadir a este respecto. En cuanto a los teléfonos llamados “inteligentes”, aparte de que las personas con tetraplejia siguen topándose con la misma dificultad que con los libros electrónicos, los fabricantes olvidan como es habitual a las personas cuyos temblores nos impiden su manejo (las pantallas táctiles son harto peligrosas).

Sinceramente, me parece un despilfarro indecente la creación y difusión de aplicaciones telefónicas por tal o cual fundación para remediar los entuertos que vienen con los dispositivos descritos. En esta supuesta era del conocimiento, olvidos de este tipo resultan imperdonables aunque muy lucrativos. Quizá la clave de todo se encuentre en una conspiración judeomasónica para aprovecharse de las necesidades de otros, aunque no estoy en disposición de mostrarles las pruebas que así lo atestiguan.

Después de esta impertinencia, en serio puedo afirmar que no es de recibo prescindir de un grupo tan numeroso de personas, aunque funcionemos de forma diferente a la habitual y por ello seamos discriminados. Se suele decir que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Sin embargo, yo creo que tropezamos muchas más veces y eso es, sencillamente, inadmisible en pleno siglo XXI.

Ya lo señalaba Thomas Hobbes con el latinajo “homo homini lupus”. Esto quiere decir para los que no sabemos latín que “el hombre es un lobo para el hombre”. Es decir, que la civilización ha hecho menguar pero no eliminar la hostilidad que un grupo de seres humanos que ostenta el poder ejerce sobre otro más vulnerable. Con todo lo dicho, finalizo diciendo que todavía hay ingenuos que pretendemos la plena accesibilidad al entorno físico, a los bienes y a los servicios.