Como falta dinero en Málaga, igual que en todos sitios, y querían hacer algo vistoso para las personas en silla de ruedas nuestras autoridades pensaron que lo suyo sería indicar en el suelo cómo acceder a la playa desde un semáforo. Todo hay que decirlo: la distancia entre el semáforo y la playa, en línea recta no superaba los cuatro metros. Sin embargo lo importante era dejar claro que una gran prioridad para nuestro ayuntamiento era y es proporcionar el bienestar a las personas discriminadas normalmente por nuestro funcionamiento.
Así pues, la imaginación se hizo con el poder en pro de la accesibilidad para que no cupiera lugar a dudas. Porque con un poquito de imaginación y un bote de pintura azul se llega muy lejos. Y es que ya lo decía al comienzo: el ayuntamiento no está como para tirar la casa por la ventana para favorecer a un colectivo discriminado, por ello cuanto más barata sea la solución, más satisfecha quedará toda la ciudadanía (la mayoría silenciosa), menos se verán afectadas nuestras ya maltrechas arcas, y más se notará la preocupación que le quita el sueño a nuestro alcalde y sus adláteres.
La actuación de nuestras autoridades lanza un mensaje doble. Por un lado refleja a las claras la importancia y el lugar de privilegio que las personas en silla de ruedas ocupan en su mente demente. Impresiona conocer que, a pesar de todas las penurias, los expertos en nuestras vidas trabajan día y noche para nuestro beneficio. El nivel de estulticia de mandatarios y técnicos en la materia resulta insuperable. Pese a ella, la visibilidad de su frenética actividad debe quedar fuera de toda duda. Por otro lado, con estas veloces e inusitadas acciones se lanza otro mensaje a malagueños y visitantes. Los malagueños (y visitantes) que deambulamos en silla de ruedas debemos ser necesariamente bobos de remate. Este tipo de movimiento perpetúa un sambenito que llevamos padeciendo demasiado tiempo. Si se pretendía dar la imagen de que las personas con diversidad funcional somos unos membrillos se ha alcanzado un éxito rotundo. El área de botes de pintura de la casona del parque ha triunfado. Siento un enorme orgullo y satisfacción por la tarea desempeñada. Son pequeños mensajes como este los que calan profundamente en la población. Se transmite una idea perversa y ñoña a la sociedad sobre un asunto serio y nada frívolo, sobre unos seres humanos que no merecen semejante trato.
Esta sonrojante raya oculta problemas de pobreza, exclusión social, obstáculos a la educación, barreras urbanísticas, asistencia personal, miopía, etc. Cuando un individuo ve que la actuación para evitar la desigualdad se reduce a pintar una línea en el suelo, a poner rampas y ascensores de forma errática, a inaugurar nuevas granjas humanas (léase la ciudad del autismo), y a simular ayudarnos a chapotear en un agua ya de por sí asquerosa, ese individuo desea que se lo trague la tierra para no volver a asomarse a la superficie. La hostilidad del mundo exterior se hace patente y provoca reacciones tan absurdas como los episodios con los que se nos bombardea a diario.
Podría denominar o calificar de numerosas maneras a esta pretendida obra de arte siendo lo mínimo que puedo decir sobre ella que es una “patochada” pero en dañino. Sin embargo, me abstengo por el momento de calificar o descalificar semejante engendro porque el insulto fácil, tan de moda hoy en día no es lo mío por ahora. No me resisto de cualquier modo a realizar una de esas odiosas comparaciones. Ya que transitamos el terreno de lo absurdo, es imposible evitar reclamar libertad para Charlie Brown.