El hecho, fríamente visto, consiste en que un hombre le quitó la vida a una mujer y eso ahora no hay quien lo cambie. Vaya por delante mi gran disgusto ante este suceso.
Ahora voy a dar mi versión de los hechos, no los voy a justificar, únicamente daré un punto de vista que quizás no se haya tenido mucho en cuenta.
El individuo tenía y sigue teniendo, si no ha cumplido años estos días y nadie le ha quitado la vida, 89 años de edad. La mujer finada violentamente tenía 84 años. El otro hombre herido era también un anciano de aproximadamente similar edad. Las tres personas eran inquilinas de una residencia para ancianos que alberga a 126 personas en régimen de pensión completa y 20 en su centro de día. Los tres tenían demencia senil y trastornos de conducta más o menos grave o leve. Con el fin de facilitar las cosas, a las personas con trastorno de conducta se les sitúa en el mismo área de la residencia, en la que reciben apoyo supuestamente individualizado y supuestamente especializado para aliviar esos achaques.
El agresor dormía con sus ataduras individualizadas, según la prensa. Supongo que habrá mil y una razones esgrimidas para utilizarlas en el siglo XXI. El hecho de que no se utilizaran cadenas y grilletes especializados me resulta sorprendente; es más, parece inaudito que este hombre no pasara las horas colgado de los meñiques de los pies para más precaución. Bueno, quizá esto sea un poco medieval o prehistórico.
No ha trascendido el tiempo que el anciano llevaba ingresado en la residencia (bendita residencia) y tampoco se sabe si la demencia la traía de casa o la desarrolló en su nuevo hogar. Igualmente se desconoce si los trastornos de conducta y la agresividad de este individuo los mostraba ya de joven o solo de anciano.
De cualquier modo, lo que no se asemeja en absoluto a nada medieval es que los inquilinos del casi hogar fueran objeto de una “videovigilancia” para controlar sus movimientos y acciones. Más bien, este sistema de vigilancia especializado, puede recordar a métodos utilizados en mundos paralelos y futuristas tales como el descrito en la novela asfixiante de Orwell: 1984. Este método de control puede invadir o no la privacidad de los individuos allí internados. Desconozco ese extremo. Lo cierto es que su carácter preventivo ha quedado a la altura del betún. Sin embargo, su éxito para identificar al agresor y lo que había sucedido en ese lugar de Guaro, Málaga, ha sido rotundo.
Ahora sabemos, a ciencia cierta, que a las tres de la madrugada la señora entró desorientada a la habitación donde el hombre ya se había desembarazado de los grilletes-ataduras con los que dormía cada noche durante no se sabe cuánto tiempo. También sabemos que a esa hora aproximadamente tuvo lugar la agresión que nos relata el diario sur gracias a sus reporteros. Del mismo modo, conocemos que ella estaba desorientada, también se concluye que el hombre no, aunque yo, si veo a una persona entrar en mi dormitorio de madrugada lo mínimo que hago es asustarme.
Recuerdo ahora que cuando hice el servicio militar, durante la instrucción dormíamos en un barracón unas 80 personas a lo sumo. Imagino que esta estancia y las actividades que conllevaban estaban pagadas por el estado. Las plazas de esta residencia de Guaro las paga en parte o en todo el ayuntamiento de esa localidad. Existen salidas dignas al reto que representa tener una serie de ancianos con demencia y trastornos de agresividad. Hasta donde yo sé, ninguna de esas soluciones pasa por juntar a la gente agresiva en el mismo lugar. Eso sería más propio de un estado donde prevaleciera la ley de la jungla. No quiero que mi país sea de ese modo.
El hecho irrefutable sigue siendo que hay una anciana que ha fallecido. Imagino que su familia estará destrozada, frustrada, deshecha ante lo que no se puede cambiar ya. Pero hay algo que si se puede cambiar, y alguna pista he ido dando por el texto.