El alberca es espléndido

Decir que yo no veo la televisión cuando estoy sentado delante del aparato unas dos horas y media al día me parece de un descaro inaudito por mi parte. Bien es verdad que no todo ese tiempo estoy observando los programas: dedico un rato a cenar, otro a dormir (si concilio el sueño), otro a repasar los mensajes del teléfono, a revisar la correspondencia y cosillas así. Sin embargo no lo voy a disimular: estoy sentado delante del televisor un buen rato a diario.
Esta breve introducción puede venir a cuento de que mi relación con ese medio de comunicación es bastante importante en mi paso por este planeta. Indudablemente se encuentra muy presente en mi vida. Sucede que convivo con una persona, a la que yo llamo “papá” (más que nada porque se trata de mi padre), que por su edad ha perdido audición hasta el punto de que estoy acostumbrado a ver la programación con subtítulos. Ocurre además que este medio de apoyo (los subtítulos) para ciertas personas es un cachondeo humillante muchas veces.
Llevaba un tiempo queriendo ensuciar un folio con unos rayajos sobre este asunto, pero después del partido de fútbol del otro día ya no me puedo contener. Porque imagínense mi estupor al estar viendo un encuentro deportivo y súbitamente leer “el alberca es espléndido”, expresión bonitamente extraña donde las haya; al rato distinguí en la pantalla una simple pero estremecedora coma que me hizo derramar el agua: la mirada se tiende a ir de forma inconsciente a estos subtítulos, de modo que cuando apareció la frase “la saga despeja el balón” ya mi cerebro era un torbellino imparable y confuso.
Empezaré comentando la coma que casi me hizo desparramar el preciado líquido elemento de su recipiente: sin duda, la presencia del signo ortográfico se debía a una simple errata, lo que pasa es que yo me asusto con mucha facilidad y tiendo a derramarlo todo, independientemente de la presencia o ausencia de erratas absurdas en la pantalla. Con todo, basta imaginar una coma a secas en mi salón para morirse de risa o de miedo, y eso es casi lo que me sucedió, lo que hubiera sido muy desagradable. El magnífico “alberca” era el portero del Manchester United que se llama Courtois. Para quien no lo sepa, el guardameta de ese equipo es de nacionalidad belga y por lo tanto donde decía “el alberca es espléndido” sería conveniente para nuestras neuronas entender “el belga es espléndido”, lo que cobra un poco más de sentido. Finalmente cuando apareció ante mis ojos la leyenda “la saga despeja el balón” hay que entender que en lugar de “saga” la persona o máquina subtitulante pretendía haber escrito “zaga”, que cualquier aficionado a este deporte sabe que es la defensa de un equipo determinado, porque en caso de tratarse de una verdadera saga, el televidente se podría confundir, enfadar y hasta apagar el televisor con las consecuencias terribles para las empresas poseedoras de los derechos televisivos del fútbol.
Semejante tontería sirve para indicar que su derecho a la información (a recibir mensajes adecuadamente) queda mermado, lo que influye en su libertad para tomar decisiones con libre consentimiento y para decidir con pleno conocimiento de causa (en otros contextos, por supuesto). Ignoro si existirá algún otro dispositivo más eficaz y menos risible para que las personas sordas puedan disfrutar de la emisión de los diferentes eventos, noticias y demás programación. Porque soy consciente de que la gran mayoría de estos individuos saben leer, aunque “si hay que ir se va, pero ir pa ná” no me entra en la cabeza. A lo mejor es que mi cabeza no da mucho de sí, pero no creo que sea exigible a las personas sordas saber traducir e interpretar diálogos de besugos.

Besugos
Besugos

Y de modo casi imperceptible e inesperado pienso en el pequeño porcentaje de personas sordas que no saben leer y necesitan un intérprete de signos para disfrutar de sus programas favoritos. Porque esa minoría de personas también querrá ver la caja tonta (entontecedora, yo diría más bien) y quedarse absortos ante ella, digo yo. Y después sigo discurriendo: si la semana tiene 168 horas, y la televisión pública emite todo ese tiempo, ¿cuánto tiempo dispone este pozo sin fondo de caudales públicos de tales intérpretes, en qué programas y a qué horas? Si alguien lo sabe, por favor que no me deje con la intriga.