No dejo de sorprenderme por el tremendo potencial transformador -desaprovechado, por otra parte- que tienen las personas para recomponer la realidad que nos perturba y que hay que desnaturalizar.
Cada día descubro el poder de las personas para cambiar la realidad que quiero transformar. Personas que, en sus proyectos vitales (algunos de ellos sin ninguna pretensión extraordinaria), consiguen descubrir e ir mucho más allá en el conocimiento de aquello que muchos estudiamos con ahínco. Por eso hago tanto hincapié en el conocimiento que generan las familias y en particular las madres, porque trascienden los círculos viciosos perversos que dominan «lo profesional», y permiten su reconstrucción con otros lenguajes y gramáticas de gran calado. Y son de gran calado cuando son capaces de sostenerse sin ser invadidos por lenguajes técnicos y pretendidamente neutrales, naturales y asépticos. Porque con ello descubren que no lo son.
Es lo que esta semana he vuelto a comprobar con un precioso video titulado «Alí Estarei» (Allí estaré). Se trata de una canción de Seso Durán y Olga Lalín (Alto Alto como una montaña) interpretada en lengua de signos por Fátima Saco, Beatriz Marcuño y Paula Verde.
Este video no solo es hermoso, sino profundo y potente. Porque al tratarse de una composición artística no encasilla, como lo hace decir, por ejemplo, que un niño tiene autismo… En el video, incluso las palabras son cantadas o bailadas. Y me hace recordar algo que escribí hace algún tiempo:
«Sólo el arte ha conseguido contemplar la realidad humana, inacabada, única e inagotable que la ciencia no ha logrado alcanzar. El arte no define, sino que deja abierta la realidad a quien la observa, la escucha, la toca, la saborea, la huele. No se queda en la razón, sino que implica a la emoción, y necesita la diferencia. El arte muestra la realidad siendo, la potencia, que nunca se agota en la interpretación. Es creación que ha de ser revisada y completada por la persona que la mira, la escucha, la toca, la saborea, la huele. No hay una interpretación única, sino que su polisemia llena de vida a la interpretación inicial. […] El arte muestra la realidad que no se cosifica.» (Calderón, 2014)
Hay mucho de lo que hablar, pero me detendré en una única idea. La voz que canta, la letra de la canción, los cuerpos que bailan, las manos que hablan, los niños que juegan… todos ellos me dicen que la transformación de la humanidad viene del genuino deseo de estar juntos, en la seguridad de que estaremos allí. Siempre. Siempre. Que la oscuridad de la discriminación se desvanece cuando la opresión deja paso a un niño. Y para que eso ocurra tenemos que revertir el lenguaje que nos enreda en diagnósticos, discapacidades y patologías. Porque lo definitivo no está ahí, sino en la decisión de subirnos con ese niño en el «mismo barco».
Quizás ese sea el verdadero llamado de la educación, el más auténtico: el deseo de estar juntos.
Fotografía: Olga Lalín y Suso Durán.
Autor: Ignacio Calderón Almendros
Acerca del Autor Nacho Calderón Almendros
Profesor de Teoría de la Educación en la Universidad de Málaga (España). Interesado en la experiencia de exclusión e inclusión educativa de personas situadas en los márgenes por sus diferencias. Empeñado en que la escuela sea un lugar donde todos y todas podamos crear sentido