Sería cerca del final de Marzo cuando la gota colmó el vaso. Ocurrió que en los medios de comunicación local salió la noticia de que los niños compañeros de una niña con autismo en La Cala del Moral, Málaga, habían estado varios días de huelga propiciada por sus progenitores por miedo a la presunta terrorista (de diez años de edad). A todo ello se unía el hecho de que en León un niño con Síndrome de Down llevaba más de seis años sin ir al colegio porque la autoridad educativa no había puesto los medios necesarios (ajustes razonables, adaptaciones curriculares, profesores de apoyo) a los que estaba obligado para la inclusión de este chaval. Y lo que es más, con toda la mala fe del mundo habían acusado a los padres de abandono familiar porque estos se habían negado a llevar al crío a un centro de Educación Especial y le habían estado formando en su domicilio.
No hace mucho acudí a una charla en la que el padre del nene de León decía que la causa abierta contra ellos había sido archivada. Lo suyo estaba resuelto, pero su hijo seguía sin colegio. Creo recordar que los padres de la pequeña malagueña indicaron que su hija no volvería a semejante centro educativo, pero no sé en qué desembocaría el asunto.
Como digo, no conozco muy bien los detalles, pero los andaluces hablaban de la falta de solidaridad de unos padres poco ejemplares para sus niños, del daño recibido por su hija, de la mala voluntad de las autoridades educativas, del poco afecto mostrado por el profesorado en aquella ocasión y algún otro asuntillo.
Pero a lo que voy hoy es a volver a señalar que en aquel momento se levantó una polvareda bastante grande con aquellos dos asuntos y que pocos meses más tarde dichos temas han caído mayormente en el olvido de muchos. Sucede con esto algo similar a cuando acaeció el terremoto de Nepal o el tsunami de Japón y sus consecuencias catastróficas. Al comienzo, muchas personas nos sentimos estremecidas por estas calamidades y nos volcamos en ayuda de las personas afectadas, sin embargo la memoria del ser humano es parecida a la de los mosquitos. Olvidamos con rapidez que un día nos sentimos agitados y con ganas tremendas de echar un cable en la medida de nuestras posibilidades a esta gente.
Salvando las distancias, tanto en León como en Málaga ha ocurrido algo similar. En su día, mucha gente se mostraba indignada y dispuesta a todo, pero con el tiempo el globo y su valentía y arrojo se han ido desinflando. Parece que todo ha regresado a la normalidad cuando precisamente se trata de cuestionar si lo habitual debe considerarse “normal” y si debemos asumir esa normalidad.
Lo que de ninguna manera podemos permitirnos es el lujo de dejar pasar de largo semejantes tropelías no vaya a ocurrir que dentro de aproximadamente tres cuartos de siglo nos rasguemos las vestiduras pensando en la memoria histórica que en su momento pasó a mejor vida o en las injusticias sociales que se cometían en el primer cuarto de nuestro siglo. No son los únicos casos conocidos de maltrato infantil y familiar, y quizás por ello sea importante que de vez en cuando repitamos que estamos con vosotros y que aún falta un cole para Rubén.